Era una noche silenciosa. Absolutamente muda de civilización. Ni un solo sonido que delatara la presencia de motores, autos o personas.
Sólo el sonido, la presencia y potencia del viento que en masivas ráfagas calientes dibujaba remolinos e imponía su ser envolviéndolo todo, penetrándolo todo, poseyéndolo absolutamente todo...
Ese ritmo de la naturaleza me estaba invitando. Estaba diciéndome y hablándome de vos. Como secuestrándome a media noche en la distancia.
Sentí que eras mi viento. Ese mismo aire, tan masivo, acumulado y condensado en sonidos, queriendo abarcarlo todo, eras vos. Estabas en el viento que entrabas a través de cualquier abertura, atravesando hasta las paredes para encontrarme. Me hablabas en su música, me amabas en sus sonidos susurrándome, libidinoso, invadiéndome, penetrándome en infinito contacto.
Un viento que por momentos me acariciaba y por otros se apoderaba de todo mi ser. Un viento que carga en su memoria la tormenta, la convulsión de la lluvia de verano y la danza de las nubes de colores que seducen al mar antes de transformarse en lluvia, en etéreas gotas de esperma que fecundan la tierra.
Entonces te encontré también en el mar. Un mar intenso, azul profundo, exquisito, generador de vida y riqueza desmedida. Un océano para mí, repleto de misterios a descubrir.
Te sentí en las olas, en la mágica manera que tiene el agua de aspirar de sí misma para dibujar (de forma perenne) una gran curva cóncava y convexa. Y desde ese inicio de ebullición apasionada de burbujas, abrí mi piel y penetraste la arena (en cada partícula de ella), en cada una de mis células, en cada núcleo. Sentí esa humedad en espuma de tu semen bañando y acariciando mis médanos. Sentí la sequía sin la humedad de tu ser. Sentí extrema necesidad de vos...
Sólo el sonido, la presencia y potencia del viento que en masivas ráfagas calientes dibujaba remolinos e imponía su ser envolviéndolo todo, penetrándolo todo, poseyéndolo absolutamente todo...
Ese ritmo de la naturaleza me estaba invitando. Estaba diciéndome y hablándome de vos. Como secuestrándome a media noche en la distancia.
Sentí que eras mi viento. Ese mismo aire, tan masivo, acumulado y condensado en sonidos, queriendo abarcarlo todo, eras vos. Estabas en el viento que entrabas a través de cualquier abertura, atravesando hasta las paredes para encontrarme. Me hablabas en su música, me amabas en sus sonidos susurrándome, libidinoso, invadiéndome, penetrándome en infinito contacto.
Un viento que por momentos me acariciaba y por otros se apoderaba de todo mi ser. Un viento que carga en su memoria la tormenta, la convulsión de la lluvia de verano y la danza de las nubes de colores que seducen al mar antes de transformarse en lluvia, en etéreas gotas de esperma que fecundan la tierra.
Entonces te encontré también en el mar. Un mar intenso, azul profundo, exquisito, generador de vida y riqueza desmedida. Un océano para mí, repleto de misterios a descubrir.
Te sentí en las olas, en la mágica manera que tiene el agua de aspirar de sí misma para dibujar (de forma perenne) una gran curva cóncava y convexa. Y desde ese inicio de ebullición apasionada de burbujas, abrí mi piel y penetraste la arena (en cada partícula de ella), en cada una de mis células, en cada núcleo. Sentí esa humedad en espuma de tu semen bañando y acariciando mis médanos. Sentí la sequía sin la humedad de tu ser. Sentí extrema necesidad de vos...
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