Sin previo aviso, como ocultándose, sigilosa, se escurrió entre mis sábanas. Pasó tiempo contemplándome. Parecía gozar al recorrer mi piel desnuda entre penumbras y silencios.
La noche fue cómplice en el eco de aquel fantasma que, clandestinamente, se transmutaba en mi ser confesándose mi amante.
Su boca recorrió la mía sin importarle secuestrarme del sueño. Era tan explícito su deseo que la densidad de la atmósfera desdibujaba sus formas como si se tratara de una inmensa presencia voraz y abrasadora.
Recorrió mis médanos con la humedad de sus suspiros, descendiendo rítmicamente hacia mi centro fértil, adueñándose de mis espasmos (temblores inquietantes de gemidos ignorando identidades).
Entre sonidos, humores y aromas, estrepitosamente, en un arrebato de lujuria y con firmeza, abrió mis piernas mirándome en expresión alienada, sutil y metálica.
Como un relámpago me penetró con vehemencia, arrancándome el más desgarrador alarido al universo. Jamás hubiera imaginado que la soledad pudiera sentirse tan profunda, ambigua, gélida y mía...
La noche fue cómplice en el eco de aquel fantasma que, clandestinamente, se transmutaba en mi ser confesándose mi amante.
Su boca recorrió la mía sin importarle secuestrarme del sueño. Era tan explícito su deseo que la densidad de la atmósfera desdibujaba sus formas como si se tratara de una inmensa presencia voraz y abrasadora.
Recorrió mis médanos con la humedad de sus suspiros, descendiendo rítmicamente hacia mi centro fértil, adueñándose de mis espasmos (temblores inquietantes de gemidos ignorando identidades).
Entre sonidos, humores y aromas, estrepitosamente, en un arrebato de lujuria y con firmeza, abrió mis piernas mirándome en expresión alienada, sutil y metálica.
Como un relámpago me penetró con vehemencia, arrancándome el más desgarrador alarido al universo. Jamás hubiera imaginado que la soledad pudiera sentirse tan profunda, ambigua, gélida y mía...
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